Tres películas, solo tres películas han sido necesarias para que Steve McQueen se consagre como uno de los directores más representativos del momento. Este éxito no se ha dado solo a nivel europeo sino a nivel internacional, sobre todo a partir del Oscar a Mejor Película por 12 Years A Slave en 2014. Pero antes de su obra cumbre, el director irlandés ha realizado otras dos mucho más austeras e independientes, ambas con el cuerpo como protagonista pero desde dos enfoques completamente diferentes.
En Shame el cuerpo es una cárcel. Brandon Sullivan tiene una vida aparentemente normal. Sin embargo, es el propio cuerpo el que le coarta la libertad que a ojos de los demás parece tener. Así lo decía el productor de la película, Iain Canning, en las entrevistas del DVD del film: «Hunger (Steve McQueen, 2008) iba sobre un hombre que no tiene libertad, usa su propio cuerpo para crear la única libertad que le es posible. En Shame ocurre lo contrario: es la historia de un hombre que tiene todas las libertades y, sin embargo, usa su cuerpo para crear su propia cárcel». Por lo tanto, se puede afirmar que Shame es la antítesis de Hunger.
Otra reciente película europea –no exenta de polémica– puede servir para sacar a la luz más significaciones de la película. Aunque Nymphomaniac (Lars Von Trier, 2013) presente bastantes diferencias respecto a Shame –la más remarcable la encontraríamos en la búsqueda de identidad en la obra de Von Trier frente a la búsqueda de una vía de escape de la adicción en la de McQueen–, sí que está presente en ambas la desposesión del cuerpo por parte de sus protagonistas. En Shame se produce una disociación entre mente y cuerpo, donde no hay conexión alguna entre ellos y la primera es totalmente incapaz de controlar al segundo. En el caso de Nymphomaniac, la protagonista se libera de toda la propiedad de su cuerpo para sumergirse en una búsqueda de identidad, tomándose el sexo no como placer sino como método. Siguiendo con estos paralelismos, en ambas encontraríamos la supremacía del goce respecto al placer. Se entiende por goce algo que no puede dejar de hacerse, pese a que la realización del acto en concreto genere un sentimiento negativo. En la adicción está el goce ya que, así como el placer es voluntario, el goce no lo es, pues el que lo sufre tiende a satisfacerlo de manera solitaria y no suele compartirlo con nadie. Para ejemplificar este concepto, basta fijarse en el título de la película: Shame como vergüenza, como culpa, como arrepentimiento instantáneo causado por su adicción y que hace referencia a lo que suscita someterse al goce. Lo importante no es la meta sino el proceso, dado que lo que viene al final son, en el mejor de los casos, autorreproches y sentimientos de culpa. Esta idea se ve representada en la ausencia de felicidad, placer o satisfacción en el rostro de Brandon al realizar cualquiera de los actos sexuales de la película.
Si situamos Nymphomaniac en un nivel paralelo respecto a Shame, se puede colocar en una posición completamente opuesta La vie d’Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013). Aunque tanto en esta como en la cinta de Von Trier las protagonistas estén en plena búsqueda de identidad, Adèle sí tiene posesión de su cuerpo, sí distingue entre con quién quiere mantener relaciones y con quién no y es el placer esta vez quien se impone al goce. Además, y aunque no venga de la mano de la posesión del cuerpo, en La vie d’Adèle hay una sexualización del mismo completamente ausente en las otras dos cintas, cosa que todavía la contrapone más a Shame. Este último aspecto es lo que aleja de la pornografía a la obra de McQueen: el hecho de que sea cruda, explícita y que trate una adicción al sexo no quiere decir que sea pornográfica, ya que el cuerpo no se presenta ni sexualizado ni como elemento de placer, sino como una carga opresiva de la que se quiere liberar.
Sin embargo, como se ha apuntado antes, en Shame predomina la búsqueda de una salida a la adicción, la búsqueda de libertad. Brandon quiere tener una vida normal: esto se refleja en el momento en que se deshace de todo el material pornográfico que tiene –incluido su propio ordenador íntegro y restos de comida de la nevera, lo que indica más que un deseo, una obsesión– y en el interés que manifiesta por una compañera de trabajo. Se siente atraído por ella pero no es capaz de, ya no solo empezar un atisbo de relación sentimental (nivel psicológico), sino de mantener relaciones sexuales debido a una disfunción eréctil (nivel físico, una vez más, cuerpo como cárcel). En ese aspecto, hay una curiosa identificación de esa represión con la hermana de Brandon, Sissy. Además de suponerle una alteración en el orden de su vida, es interesante la conversación que mantienen en el sofá con los dibujos animados de fondo. Frases hacia ella como «me atrapas, me arrinconas», «eres una carga para mí», «me arrastras hacia abajo», «eres dependiente, un parásito» representan la verbalización de todo lo que quiere decirle a su adicción. Sin embargo, la respuesta de Sissy –«volverás y tendremos esta conversación otra vez»– indica que no es capaz de salir de ese círculo, que por más que reproche y eche culpas todo volverá a empezar de nuevo. El director no nos dice explícitamente qué ocurrió entre ellos, pero pistas como esa o algunos indicios gráficos hacen que relacionemos la adicción de Brandon con Sissy.
Gracias a Steve McQueen, Shame se ha convertido en una obra de referencia del tratamiento del cuerpo y el sexo en el cine posmoderno, donde la línea que separa el poder de la opresión que ambos pueden llegar a generar es muy fina.
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